Ésta es la típica. La que grita y se esconde en una esquina mientras al prota le dan las del pulpo el malo y sus secuaces. La de la cabeza hueca, que sólo le sirve para transportar pelo. La tonta del bote tan frecuente en las malas películas, tan consumidas, en las malas novelas, tan recomendadas, y el la mala vida, tan corriente. Tan tonta del bote que no coge la pistola caída en el suelo para disparar al malo, ni siquiera un candelabro para atizarle, ni siquiera huye para salvarse a sí misma. La que existe sólo para que el héroe demuestre lo valientísimo que es y corra a preguntarle "¿estás bien?" justo antes de que ella se arroje en sus fornidos brazos. Y ahora él va y, aún con un tiro en el biceps y un cuchillo clavado en el hígado, la coge en brazos y la lleva al altar, donde ahí mismo había que sacrificarlos a los tres por idiotas. A ellos dos, y al autor.
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La Chica
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